En otro lugar del tiempo
11 – 9 - 2001
Un
hombre se lanza al vacío.
Su pasado ha dejado de existir.
Su
presente es esta larga caída,
este sereno descenso hacia la
muerte.
Todo ha quedado
suspendido
como
el soplo de una canción sin palabras.
Su teléfono móvil cae
sonando con él:
una sórdida llamada de la vida.
Él ya no
puede responder,
va bajando tiernamente hacia la muerte.
Un
hombre va cayendo
hacia una llanura de cemento
donde miles de
seres humanos
huyen como estrellas fugaces que
quisieran
abandonar un universo en llamas,
un oscuro
universo en el que Dios
se ha escondido avergonzado
de su
propia creación.
Él alza los ojos hacia el cielo;
no hay
respuesta posible.
Todo es de una serenidad sorprendente
y él
sólo oye el silbido del aire que le roza la piel
mientras va
descendiendo hacia su muerte.
“¿Qué hora será? ¿Dónde
estarán mis hijos?”
Él no sospecha que sus preguntas
ya las
hace desde otro lugar del tiempo,
otro lugar donde abrirá los
ojos y verá un vacío
como vacío está ahora su propio corazón.
* * *
La flor de la alfalfa
Un
hombre anda solitario por las calles del pueblo,
siente
que en humo se deshacen sus días
y
que la noche
esta
borrando las huellas de un imposible amor.
Sus
deseos son aves quemadas por el aíre,
La
caída de la lluvia sobre un campo segado,
el
óxido donde mueren
las
palomas de la ciudad.
Ahora
estamos tendidos frente a un lago,
cerca
juega tu hijo y olvidamos
que
sólo somos la piel de una misma muerte.
Nos
hemos puesto barro sobre el cuerpo
y
nos une y amasa el sudor de la tierra,
este
aire que huele a romero, melonares y viñas.
Con
pocas cosas vive dichoso el hombre,
me
dijiste cuando subíamos al coche;
yo
también fui feliz una tarde de verano
en
la hora cuando el sol era un incendio blanco
y
las pequeñas flores de la alfalfa
brillaban
invitándome a celebrar la vida.
Nunca
andará solo el hombre que con otros
Ha
compartido un instante feliz
Porque
las calles le recordarán un nombre
Aunque
vea a su amor escrito con el humo,
O
le espera la muerte en cualquier bar.
* * *
Septiembre, cuando llegue la vendimia
No
sólo en primavera florecen los rosales,
también
trae el otoño, con su sabor de muerte,
una
luz similar a la del girasol
que
vuelve la cabeza cuando pasa
con
señorío antiguo el astro de los días.
En
Nueva York son jóvenes todavía las arcillas
y
a mi pueblo ha llegado el sabor del otoño,
y
el tierno atardecer con su sol de membrillo.
Más
allá de los bares vacios de Manhattan
está
la tierra antigua que a todos nos espera
verde
y morada, silenciosa y nuestra.
Ya
recogen las uvas primeras de septiembre
bajo
el cielo nublado de un agrio amanecer
mientras
en estos parques van ardiendo las hojas
y
el río inicia su largo camino hacia el helado
rostro
invernal que cubrirá las aguas.
También
allí en el pueblo están blancos los árboles
pero
de escarcha en este plomizo amanecer.
La
niebla rozará los montes cuando
Cambien
los pájaros el color de sus plumas.
Tibias
anuncian el aire las heladas
porque
prefiere el clima favorecer la tierra
y
huele a miel la cosecha de este año.
Junto
al río los árboles son recuerdos de hojas,
y
la luz se retira cansada y amarilla
entre
los edificios de New Jersey.
A
esta hora de la noche en que estoy escribiendo
cuando
para ti se anuncia otro día laborable,
las
palabras me traen el olor de tu cuerpo
y
el deseo de ser siempre tú y yo
la
flor del tiempo que no queman los fríos
vientos
del norte que castigan la tierra.
* * *
Bajo la higuera
Aquí
han muerto mis abuelos,
en
soledad he leído algunos libros
y
en una noche de verano
también
hice el amor.
Es
cierto que bajo estas hojas
ásperas
como los días
en
que el mundo parece no tener sentido
he
visto las primeras estrellas
y
que a pesar del tierno terciopelo
y
del oro que adornan las gargantas
prefiero
el seco perfume de la higuera.
Los
gatos se pasean por sus ramas
y
los pájaros devoran cada año
el
fruto negro que el árbol nos entrega
como
un dulce y enlutado regalo
alegrándonos
el paso de los días.
Alguna
vez he llorado bajo esta higuera
porque
he visto en su soledad la nuestra
y
en las arrugas de su retorcido tronco
los
tatuajes del tiempo.
En
el delirio eléctrico de la borrachera
he
vuelto a enamorarme en este patio
y
he charlado con las hojas oscuras
mientras
me vigilaba la luna de diciembre.
Aquí
me ha visitado algún amigo muerto
y
hemos hablado de Nueva York
y
de este pueblo trapecista
que
se sostiene entre un cielo cegador
y
el vacio de las cuevas.
Como
una fecha irreal he visto escrito
el
día en que nací en esta casa
donde
mis padres se amaron sin saber
que
yo sería tan sólo su torpe resultado.
Cuando
en Manhattan pienso en ti,
vieja
hermana de manos verdes,
siento
que la vida siempre ha tenido razón,
que
es el hombre quien hace su destino
y
acepto esta temprana derrota del amor.
* * *
Lágrimas de cristal
Los
que lloran cuando todo el mundo baila,
los
que bailan cuando todo el mundo reza,
los
que conocen el ácido de la memoria,
los
que han sido parte de la peor historia,
los
que han sido el peor chiste de todos,
los
que ríen de sí mismos, los pesimistas,
los
optimistas, los alegres invitados a la muerte,
los
poetas.
Solo
una raza de lenguas cortadas
podría
ya salvarlos, porque han hecho
del
amor una leyenda, del dolor un espectáculo,
de
la vida una baba de palabras…
Solo
la alegría podría ya salvarlos,
y
el silencio de las piedras consolarlos,
porque
no han estado nunca solos,
porque
no han fracasado aún lo suficiente,
porque
no han amado aún lo suficiente,
porque
no han sabido ver en una lágrima
la
ternura del mundo, la vida, la hermosura
del
universo reflejada
en
un grano de sal.
* * *
Corazón de perro
Corazón
de perro has de tener
Pasas
por la puerta del bar
Y
no entras a beber
Con
los ojos de un perro he mirado el mundo,
tenebroso
y hermoso en un atardecer
nublado,
en la Alameda,
cuando
un arco iris podaba los viñedos.
He
visto
el
mundo en los ojos de un perro,
sus
bondades, sus cienos, su hoz, su locura,
el
ruido del dinero,
mientras
el río Guadiana se seca sin canción.
Con
los ojos de un perro he mirado el mundo,
he
visto los tractores verdes y rojos
perderse
entre las lluvias
como
quien entra
en
una discoteca de cristal
donde
bailan eléctricos
los
esqueletos del amanecer.
He
visto
el
mundo en los ojos de un perro
y
he comprendido que es hermoso vivir
en
este día de tormenta, en la Alameda,
cuando
es ácida la luz que entra
en mis ojos de perro.
Algún
día se irá
y
recordará, corazón de perro,
este
bar de La Mancha donde
una
tarde tenebrosa y hermosa,
entre
vinos y amigos,
volvió
a tener la vida
el
olor de las tormentas.
He
visto…
©Dionisio Cañas